Hasta los años '70, la reflexión histórica sobre los fenómenos culturales solía denominarse Historia de la Cultura y básicamente se ocupaba de los objetos y de sus autores-productores. Cuando la estética de la recepción puso en el centro de la escena al destinatario de la obra y al proceso de su acogimiento, y cuando Michel Foucault, primero en el marco del estructuralismo, luego en la fase crítica radical y postestructuralista de su pensamiento, fragmentó, esparció, a la par que multiplicó la figura del autor, la tradicional Historia de la Cultura resultó cuestionada como disciplina que pudiera atribuirse una identidad y una autonomía legítimas de objeto y métodos. De todas maneras, los "culturalistas" no eran pocos, ni tontos ingenuos, ni conservadores, precisamente, en el ancho campo de la historiografía; sus propios intereses y pasiones científicas los llevaron a comprender, a aceptar las objeciones de la hermenéutica y del ariete foucaultiano, a realizar cambios esenciales en la forma y el contenido de sus conocimientos, a ir bastante más allá de la misma crítica y a plantear una suerte de revolución historiográfica, como ha sido el caso de Roger Chartier. La cuestión de las prácticas culturales -i.e. procedimientos complejos de fabricación, circulación y apropiación de los objetos, de participación y metamorfosis de los sujetos involucrados, de conformación, imposición y resistencia de redes sociales de sentido- se convirtió en el objeto principal de una rama de la historia científica que prefirió llamarse, a partir de entonces, Historia Cultural.
Por su parte, la History of ideas , sistematizada gracias a la academia británica y a la obra de Lovejoy en los años '30, atravesó a partir de 1965-70 por una evolución paralela a la que reseñamos en el parágrafo anterior. Quentin Skinner dio precisiones acerca de la dilatación del horizonte de las ideas historiables y Robert Darnton describió ese pasaje que hubo de desembocar también en un nombre nuevo -Historia Intelectual- para una disciplina ampliada entonces desde el registro analítico y la genética de las ideas o de los grandes sistemas ideológicos hacia los procesos de difusión, transformación, manipulación, conversión, adaptación de ideas a prácticas sociales del orden de la vida intelectual, material y afectiva.
El Programa, creado en el marco de la Escuela de Humanidades, tiene como objetivos la investigación, el estudio y la publicación de trabajos sobre la Historia Cultural e Intelectual, especialmente del mundo moderno. ¿Por qué esta delimitación que establecemos ab initio pero sin pretender que resulte excluyente? (De ninguna manera se descarta la posible inclusión de investigaciones sobre las culturas y los fenómenos intelectuales de la Antigüedad europea o americana cuando nos encontremos frente a propuestas de excelencia) En primer lugar, existe ya un centro robusto y promisorio, dedicado a los estudios medievales. Secundo , el rótulo "mundo moderno" abarca tanto el campo de los problemas europeos como el de los americanos y, cosa que resultaría más estimulante aún, la cuestión de sus relaciones, derivaciones y retroalimentaciones. Concretamente, el carácter bifronte o la riqueza en ambas vertientes de la Biblioteca Furt (por un lado, este repositorio contiene primeras ediciones de obras literarias, históricas y científicas producidas en Europa entre 1450 y 1800; por otra parte, posee grandes colecciones argentinas de literatura, de humanidades y de revistas de los siglos XIX y XX amén del extraordinario Archivo de Juan Bautista Alberdi) y los vínculos de la dicha Biblioteca con la UNSAM permitirán un desarrollo inédito de la historiografía cultural e intelectual en el Centro futuro. En la colección Furt se halla un corpus único de bibliografía antigua y de documentación que establecen un punto de partida y una base sin igual para garantizar el éxito científico de un Centro como el "Edith Stein" en la Argentina.